miércoles, 30 de marzo de 2011

Reseña crítica del libro Breve historia de la ciencia

Luz Olivia Badillo

La ciencia se sostiene sobre arenas movedizas. Por más rigurosos que pretendan ser los científicos en cualquier campo de investigación, nos topamos con que la objetividad y la precisión están sujetas (nos guste o no) a seres humanos. Tradicionalmente se separa a la ciencia de la actividad humana, como si la primera caminara por su cuenta, ajena a ojos, olfato y pensamiento de personas que se desarrollan en su ámbito profesional. Y es que los investigadores están sujetos a juicios, intereses personales, gustos, ambiciones que distan mucho de la objetividad. En la escuela nos enseñan la cara positiva de la ciencia con discursos como que 'nos encaminamos al progreso y la infalibilidad gracias a la ciencia' o 'la ciencia no se equivoca', se retoma un poco el discurso teológico de las religiones donde el argumento de autoridad pesa más que las pruebas.

    Patricia Fara en su libro Breve historia de la ciencia y profesora de Historia y Filosofía de la Ciencia en Cambridge ofrece un discurso más mesurado respecto al camino que ha tomado históricamente la ciencia, vista tradicionalmente como un camino lineal hacia el progreso,  infalible, objetiva y acumulativa. Esta reescritura de la ciencia es más justa con las personas (casi todos hombres) que tuvieron gran influencia en la elaboración de una teoría o propuesta, del modelo histórico tradicional donde sólo un personaje resulta ser el héroe de las ideas brillantes. Fara ofrece historias reivindicatorias del papel de las culturas, la autoría de las ideas y hace énfasis en el contexto histórico de esas ideas. A grades rasgos, nos demuestra que el pensamiento no es libre, estamos atados al contexto, a las ideas de otros; y que detrás de un microscopio o un telescopio está un hombre o una mujer que interpreta lo que ve con sus pares.

    La actividad científica tiene caminos muy intrincados y no necesariamente está sujeta a consensos, sino todo lo contrario, hay propuestas alternas a teorías predominantes, en pocas palabras, no se puede dar nada por sentado. Un ejemplo es que no está muy clara la separación clara entre ciencia y magia pues sus raíces tienen líneas difusas donde se mezcla una y otra. En el capítulo “Sietes”, Isaac Newton, quien fue un acérrimo defensor de la experimentación precisa y principal representante de la teoría de clásica de la física con sus aportaciones a la mecánica y la ley de gravitación universal. El físico no fue del todo neutral en todas sus experimentaciones, "Newton tuvo inquietud por interpretar la Biblia, llevó a cabo experimentos químicos estudiando minuciosamente los textos antiguos y tomando nota de sus propias reflexiones y descubrimientos. No se trataba de una simple afición, para Newton la alquimia era un camino esencial hacia el conocimiento y perfeccionamiento personal e incorporó sus resultados en sus teorías astronómicas".

    El autor de Philosophiae naturalis principia mathematica tenía muy diversos intereses, fue alquimista, teólogo, inventor, matemático y alquimista. No se puede despreciar su prolífico legado a la ciencia, a pesar de que la mayoría de sus escritos se concentraron en objetivos que hoy consideramos, están divorciados de la misma. El libro es muy atinado al anotar que la palabra científico no se identificó sino hasta 1833, entonces ¿cómo o en base a qué criterios considerar lo realizado antes como científico? ¿Newton fue un científico? Y es que antes a esa fecha, la palabra ciencia denotaba el conjunto de conocimientos acerca de una cosa, no el estudio de fenómenos naturales sujetos a un método.

    Newton en la actualidad es el prototipo del hombre moderno cuyo razonamiento lógico le llevó a formular principios de la física, los positivistas eliminaron por conveniencia los prejuicios e influencias que heredó de los griegos. En el mismo capítulo, Fara menciona la obsesión de Newton por asociar el siete (como sinónimo de armonía) a sus observaciones. “El arcoíris de Isaac Newton es un ejemplo más espectacular de la relación entre ciencia y magia (...) Tenía una creencia tan arraigada sobre el universo armónico de los griegos, que dividió el arcoiris en siete colores para que correspondiese con la escala musical propuesta dos mil años antes por Pitágoras (matemático quien se vio influenciado por visiones místicas relacionadas con la armonía cósmica y el número siete e hizo siete intervalos en la escala musical)”.





    Pitágoras, al igual que otros filósofos, pensaba que era más importante unificar matemáticamente el cosmos, que efectuar observaciones detalladas. Impuso patrones regulares dependientes del siete, y sostenía que las órbitas de los planetas estaban gobernadas por las mismas reglas aritméticas que los instrumentos musicales. Cabe anotar que en ese entonces, los astrónomos griegos (quienes a su vez heredaron de los babilonios esa filia al número siete) veían siete planetas circundando a la Tierra: La Luna, el Sol, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). Respecto a la contribución de Newton a la óptica, para la historiadora es imposible tomar una decisión objetiva acerca del número correcto de los colores que muestra un arcoíris pues el espectro de la luz visible varía de forma continua: no existe un límite exacto entre bandas de colores diferentes.

     Hay dos cuestiones que la autora del libro hace y me parecen muy buenas tácticas; una, es lo que en los papers o artículos arbitrados los científicos siempre olvidan o desdeñan por que lo consideran demasiado fácil o fuera de lugar: emplear la narrativa. Todos los capítulos cuentan una historia donde convergen diversas culturas, científicos y anécdotas, así como posturas divergentes; y dos, sin usar signos de interrogación, cuestiona o de la impresión de que lo hace en cada tópico abordado. Me dejó pensando: ¿El mundo, así como lo tenemos, es la única opción viable? ¿Existe sólo una solución a una problemática? Pues, no. Existen varios mundos posibles, varias soluciones posibles al mundo que tenemos y la forma como lo vemos, y lo explicamos.

     A propósito, en de ello, el capítulo “Medio ambiente” muestra dos caras antitéticas sobre la naturaleza. Mientras que hasta hace dos siglos el hombre se propuso 'domar' a la naturaleza y acondicionar su entorno ad hoc, de forma que fuera habitable a los humanos. Hoy nos preocupamos por revertir esa domesticación del territorio adverso para recuperar a la fauna y flora que en algún momento quisimos desterrar. De hecho, desenmascara una faceta desconocida de Hitler, uno de los personajes más satanizados en la historia moderna: “vegetariano y bajo su régimen se encargó de reforestar tierras cultivables, distribuía medicamentos de hierbas y daba soporte a los programas de investigación en terapias naturales”.

    Hoy no hay un solo día en que no salga una noticia relacionada con el cambio climático, cuando, a mí parecer no se hace nada relevante para revertir el fenómeno, y bien lo hace notar Patricia Fara: “Actualmente los ecoturistas privilegiados que viven en ciudades hacen campaña para la conservación de las especies en peligro y para el mantenimiento de amplias extensiones de terreno natural agreste en las que poderse relajar de las tensiones urbanas”. Creo que lo que de fondo está en juego, y no lo destaca ningún medio de comunicación porque al fin y al cabo son capitalistas, es el modo de producción en el que vivimos. Nos encontramos bajo una doble moral, por un lado estamos muy preocupados por los daños al medio ambiente y compramos productos 'ecológicos' mucho más caros, pero no hacemos nada para revertir el problema (ni si quiera tenemos certeza de cuál es el problema de fondo).

Lo que es un hecho es que tampoco los científicos tienen muy claro es cuál es la solución o las soluciones para revertir el calentamiento global, ¿se puede revertir? No lo sabemos. Cualquier crítica o cuestionamiento del fenómeno es visto como una teoría del complot a favor del capitalismo, pero seamos sinceros: ¿sabemos cómo salir del lío? Me parece que no, está más que comprobado que en cada hábitat donde el ser humano interviene, nunca se vuelve a recuperar el estado primigenio. Al final de cuentas, ¿cuál es ese estado?, ¿uno donde no existamos los homos? Si una especie endémica se encuentra en peligro de extinción y es reinsertada al ecosistema, siempre se encontrará monitoreada y el sitio estará bajo vigilancia de los científicos.

Se sitúa a esta nueva reescritura de la ciencia con el libro Estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn (1922-1996), un historiador y filósofo que rompió con el positivismo al revisar la historia enfocada en los “avances científicos”, vio que la observación se encuentra cargada de preconcepciones, que no es neutral. Formuló los conceptos de la ciencia 'normal' y la ciencia revolucionaria, el segundo caso ocurre cuando, luego de un periodo largo de investigación sin organización surge un nuevo paradigma (una teoría). Porque la ciencia normal entra en un periodo de crisis, se acumulan problemas que no pueden resolverse con los métodos aceptados, entonces ocurre una revolución y surge un paradigma que sustituye al anterior. En ese sentido, Patricia Fara logra dimensionar las complejas interacciones que se dan en esa actividad humana. Ello me hace preguntarme, ¿hacia dónde se dirige la ciencia? Me parece que ese camino es incierto.

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