lunes, 13 de mayo de 2013

Primera persona: Eufrosina Cruz

Nací en la Sierra Sur del estado de Oaxaca, mi nombre es Eufrosina Cruz Mendoza. Soy mujer y siempre parto diciendo que soy una mujer indígena, ¿Por qué parto diciéndolo? Porque el ser indígena. significa para nosotros tener una identidad cultural, una lengua, una vestimenta. Decimos no a la violación de nuestros derechos humanos, no a la retención del desarrollo de nuestras comunidades. Soy una mujer rebelde, yo creo.

Mi infancia, al vivir en una comunidad, fue complicada porque no creces jugando con muñecas. Creces aprendiendo a hacer las tortillas. Te educan para casarte, para ser entregada  a un hombre y te conviertas en madre de familia como mi mamá. Es un círculo vicioso. Tampoco responsabilizo a mi entorno, ni a mi comunidad, y mucho menos a mi padre, porque nadie le enseñó que la infancia de sus hijas tedría que ser diferente. En la visión de mi padre, de su mundo que es el pueblo de Quiegolani, él pensaba que el destino de su hija era ser mujer a los 11 años. Es difícil ser niña en una comunidad porque no tienes otra opción más que hacer las tortillas, ir al rancho e ir a traer la leña.

La educación que recibí en primaria influyó en quien soy ahora. Siempre he dicho que para cambiar el rostro de México y para que México de verdad (y Oaxaca) salgan del rezago, es preciso apostar por la educación. Hablo de una educación de calidad. Una educación donde se cuente con salones bonitos, butacas limpias, un lugar donde haya lo mínimo. Nosotros, los que venimos de la montaña, no exigimos más, sino lo mínimo, lo que merecemos.

En ese sentido, creo que ser profesor es un asunto de convicción, porque el profesor transforma la vida de los niños que el día de mañana serán actores en el desarrollo de sus comunidades. Si no les fomentan a los pequeños ese empuje, esa valentía, es como dejar a una comunidad quieta. En mi vida tuve un maestro a los ocho años que fue fundamental en lo que soy ahora. Me enseñó a no tener miedo, me decía cómo era Tehuantepec, municipio de donde él era originario. 
Se llamaba Joaquín. Recuerdo cómo se apasionaba entregándolo todo, a pesar de que las aulas se estaban cayendo: el salón no tenía puertas, los pupitres de madera los hacían los papás, no teníamos mochilas, llevábamos los libros en bolsas. Ese maestro nos dio todo con tal de construir un Quiegolani mejor. Yo creo que ya es un triunfo que el mundo hoy sepa sobre Quiegolani, y esté en la mira de muchos gracias a ese maestro que no tuvo miedo de ir a la montaña. La educación cambia todo.

Ese maestro que tuve cuando estudie la primaria, aquella escuela donde el tejado y la madera se estaba desintegrando, me cambió y me transformó en lo que soy ahora, porque a pesar de que él se encontraba en el mismo Quiegolani donde yo vivía, no se dormía en el piso de tierra, en el petate; se dormía arriba, aunque sea sobre unas tablas, pero no en el suelo. Ese maestro llegaba con periódico. Hoy sé que son periódicos, en ese entonces los conocía de diferente forma, nos enseñó que existen “casotas grandes”, que había autos...

El profesor Joaquín me enseñó a soñar que afuera de esas montañas que encierran a Quiegolani había otro mundo que yo tenía el hambre de descubrir, y no quedarme ahí, donde mi mamá me despertaba a las tres de la mañana para hacer las tortillas, en donde mis padres no tuvieron la oportunidad de quitarse ese velo de la ignorancia que es igual a la pobreza y la marginación, porque no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela, de aprender las letras. 
Siempre lo he dicho, el que hoy me encuentre defendiendo mis derechos, los derechos de los que me rodean, los derechos de las comunidades de mi Estado, se lo debo a la educación, a ese maestro que se arriesgó por mi con responsabilidad. Definitivamente la educación responsable, los maestros responsables, cambian la vida de los seres humanos.

Mi lengua materna es el zapoteco, y empecé a admirar a mi maestro precisamente porque hablaba diferente a mí. Él nos daba clases en español, le entendía yo toditito pero, ¿cómo caramba podía yo contestarle?, ¿cómo hilar ese enunciado?, ¿cómo responder a ese maestro? En zapoteco sí lo podía hacer, sí lograba razonar. El problema era, ¿cómo platicar?, ¿cómo dialogar con ese maestro en español? Porque al llegar a mi entorno, con mis papás me comunicaba en zapoteco igual con mis hermanos y la gente del pueblo. Yo creo que se tiene que construir una educación con la lengua materna de los niños y con el español, ambas lenguas tienen que ir de la mano porque sólo con la lengua materna, es un desafío aprender otra lengua ajena a aquélla con la que podemos comunicarnos con el resto de la comunidad.

Ese maestro me regaló un libro donde nos enseñaba a separar las sílabas, a armar palabras como “árbol” o “gato”. El libro que más recuerdo y el que más me impactó es el de la mujer con la bandera envuelta (La Patria del pintor Jorge González Camarena); para mí era como si fuera un ave libre. Es lo único que buscamos los seres humanos, ser libres. Con las historias de los cuentos, soñé que hay un más allá de Quiegolani. Yo creo que con los libros de texto gratuitos tenemos que impulsar a nuestros niños a soñar que hay un más allá de lo que ven, más allá de lo que encierran sus entornos, más allá de lo que se vive en su comunidad, para que aprendan a luchar por sus sueños. No importa cuántas veces caigan, el chiste es que sepan levantarse y llegar a donde inicia ese sueño.

Los libros de texto gratuitos me enseñaron a soñar. Todo lo soñé en zapoteco, porque los que hablamos una lengua materna indígena, reaccionamos primero con esa estructura y luego lo convertimos en español para transmitirlo. Aprendí a soñar en mi lengua materna, aunque todo lo escuchaba en español; como no le podía contestar a mi maestro, mi sueño se fue construyendo en zapoteco. Para mí, esos libros eran tan  ilustrativos, con lecturas tan inspiradoras. El libro de texto gratuito sigue siendo muy importante como complemento de la formación de los niños. Por supuesto, me gustaría que volvieran a ser lo que antes, con sus cuentos tan ilustrativos, de eso que te  contaban, de personajes como El Burro o El Niño. El libro de texto gratuito tiene que tocar el alma de los niños y los padres de familia, porque para que algo cambie tiene que llegar al corazón.

El libro de texto gratuito es parte medular para la educación de los niños, ha sido la parte fundamental para cambiar muchos entornos en maestros, niños y padres de familia, pero ojalá que los gobiernos en turno le den continuidad a las políticas educativas que sí tienen éxito, independientemente de la administración. Duele ver cuando quitan de circulación un texto que ha funcionado muy bien. Muchas veces esos cambios se hacen desde un escritorio. Los especialistas no van a las comunidades, no le preguntan a los profesores responsables si les sirven o no las modificaciones. Porque el libro de texto gratuito cambia entornos, es un complemento donde se convierte al niño en un luchador por su libertad, y por el desarrollo de su comunidad. El libro de texto gratuito no es un libro cualquiera, es un libro que cuando lo abres y está nuevo, lo hueles, lo tocas con ilusión, lo hojeas dos o tres veces el primer día con el olor que esconde todo un mundo por descubrir.


Me ha tocado recorrer casi todo el país participando en foros y conferencias dirigidas a los jóvenes. Me ha tocado conocer estos dos Méxicos porque en el norte hay uno y en el sur hay otro: ambos necesitan conectarse, salir de la marginalidad. Mi lucha no va a parar hasta que ninguna mujer sea violentada en sus derechos, hasta que ninguna niña sea entregada en matrimonio porque así lo decidieron sus papás o porque así lo dictan los usos y costumbres de su localidad. La educación es eso; la educación ayuda a no detener el desarrollo de nuestras comunidades, la educación quita el velo de la ignorancia. Yo lo viví con mi familia. Mi papá a sus 68 años aprendió que su hija mujer y su hijo hombre valemos lo mismo. La vida da muchos giros. Hoy, una mujer que fue madre a temprana edad pero ya terminó la educación para adultos sabe que su opinión cuenta.

Si tú le das herramientas a los niños, ya sabrán si casarse o no; la señora decidirá si quiere tener siete hijos o ninguno; la señora golpeada o maltratada sabrá que es posible denunciar y que hay instancias que la protegen. Eso es educación. El rezago de pobreza se siente, se huele y se camina en las comunidades. Te llena de impotencia y coraje que un niño, en lugar de cinturón, use mecate; ver señoras que en su vida han usado huaraches o ver las manos carcomidas de mi mamá porque la cal las ha desgastado. La educación es la parte medular de nuestro México.

Con el tiempo descubrí que la discriminación existe en todos los niveles sociales, pero aprendí a defender en lo que creo y a soportar lo que dicen, siempre con mi objetivo por delante: garantizar lo mínimo para la gente que vive a siete horas en la montaña. Aprender a tratar a la gente que viene de allá con dignidad, porque esa gente de la montaña huele a montaña. Pero eso no lo entienden los “civilizados”; ese olor es producto de la marginación y la pobreza.

Siempre he dicho que los que venimos de la montaña no tenemos derecho a ser pesimistas porque de lo contrario solo tendríamos derecho a un camino: lo tomas o lo tomas. La vida me enseñó a no caer y a decir: bueno pa' la otra, pues. Cuando llego allá, a la montaña, para la gente yo soy la que no llora, la fuerte. No tengo derecho a caerme enfrente de ellos, porque son los primeros en decirme: Estamos contigo hasta el final. Ya logramos una reforma a la Constitución de Oaxaca y al Código Electoral del Estado para garantizar la participación de la mujer en los comicios, independientemente de los usos y costumbres de la comunidad. En esto días logramos impugnar un proceso electoral en el que se negó la participación a una mujer; el Tribunal Electoral de Oaxaca le dio la razón a ella. El camino ya está abierto, queda utilizarlo. Al ver por primera vez a mujeres  en Quiegolani dueñas de proyectos productivos y beneficiarias de programas sociales, ejerciendo su derecho a voto, debatiendo y decidiendo, yo me digo: vale la pena todo.

A los luchadores sociales que vienen detrás de mí ya no les costará tanto trabajo decirle a México que los indígenas queremos ser parte de México; decirle al mundo que queremos ser parte del mundo sin dejar de lado nuestra identidad cultural, nuestra lengua. Pido para los hijos de esos rostros que a lo mejor ninguno de nosotros conocemos y que viven sierra adentro: los mixes, de la sierra Mixteca, los coras y los huicholes de la sierra Tarahumara. La vida me enseñó a luchar y a soñar con los ojos bien abiertos, porque luego las caídas duelen, pero el chiste es saber levantarse.

Soy diputada por el Partido Acción Nacional y presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados de Oaxaca. Por primera vez en la historia del estado, una mujer, y una mujer indígena dirige un Congreso. Me tocó romper muros y arrebatar los espacios que se nos deben a los indígenas porque no somos nada más la parte de la exhibición, la parte del folclore o la imagen de algún político para que haga campaña por nosotros. Los indígenas somos capaces de estar en pancarta pero como candidatos; somos capaces de tomar decisiones, de debatir, de cuestionar, de reflexionar. Y lo más importante, somos capaces de aportar ideas en el desarrollo de nuestras comunidades. Hoy que la vida me da la oportunidad de romper muros, es un triple esfuerzo porque tengo que probar que como mujer indígena soy capaz, y desde el Congreso vamos a presentar iniciativas para garantizar la no violación a los derechos humanos de mis hermanos indígenas. En esas rebeldías ando.

Luz Olivia Badillo