martes, 8 de marzo de 2011

Un camaleón es la palabra

Luz Olivia Badillo

La historia, tal como nos la enseñan en la primaria donde se deben aprender fechas y nombres, (con ciertas dosis de mentira o datos dudosos) nunca ha sido de mi agrado. Sobretodo porque se trata de asuntos del pasado documentados sin pasión. Cómo hablar de las transformaciones que vive un país sin conocer los datos curiosos. Todo a nuestro alrededor se encuentra en constante cambio aunque no nos demos cuenta. Como lo dijo Eráclito de Efeso en el siglo IV antes de Cristo: “nadie se baña dos veces en el mismo río” aunque éste se encuentre en el mismo sitio. La clave del ser humano es que evoluciona. De lo que estamos hechos es de los mismos componentes que otros seres u objetos pero con diferentes dosis. Si las personas cambiamos; también lo que tenemos capacidad de transformar: El uso y sentido de la palabra; nuestra compañera hace cientos de años.

Adentrarse en el estudio de una lengua determinada es introducirse el pasado y presente de los que la practican; los cambios sociales e intercambios culturales que se suscitaron para descubrir que lo que decimos tiene un origen, cambia de sentido y en algún momento podría llegar a dejar de usarse para convertirse en lengua muerta. Me referiré específicamente al caso de los mexicanos; nuestra rica diversidad y multiculturalidad es el producto de la convivencia con los que alguna vez fueron extranjeros y se volvieron parte de nosotros, y nosotros de ellos. Es curioso descubrir que el origen de ciertas palabras el es resultado de la ignorancia de quienes nos conquistaron; es decir, los españoles. O que una palabra es dos en una. Me daré a entender.

Cuando los conquistadores llegaron a las costas ubicadas al Este del país, preguntaron: “¿Cómo se llama este lugar?”. Los indígenas contestaron: “No entendemos nada”, que en lengua maya sonaba parecido a Yucatán y desde ese entonces se llama así. Si bien es cierto que cuando Cristóbal Colón llegó a América, pensaba haber hallado la ruta hacia la India; desde entonces nos llamaron indios. Imagínese cuántos cambios más, o distorsiones sufrieron las lenguas originarias. Pero no ahondemos en rencores, porque como dicen: “ya lo pasado, pasado”. Cambiemos radicalmente de geografía para dirigirnos a los terruños del Norte; muy cerca de la frontera con Estados Unidos. Esta ciudada es más conocida por sus muertos y por ser catalogada como una de las cuatro urbes más violentas del país. Actualmente se encuentra militarizada. ¿Ya adivinó? Sí, es Tijuana. Hasta la mitad del siglo XIX, ésa tierra árida constaba de unas cuantas casas. Si a caso, quinientas almas constituían su población. En ese tiempo no tenía nombre, seguramente era conocido simplemente como “pueblo”. Sin embargo, es hasta el 11 de junio de 1889, cuando se le otorga oficialmente nombre gracias a un documento: el primer registro jurídico con el que se finiquitó un largo litigio sobre unos terrenos del Rancho de Tijuana. Treinta y tres años antes una cartografía del sitio se refería a un caserío como Tijuán o de Tía Juana. Se cree que el nombre vino luego de que un padre registrara en la fe de bautismo a una indígena de 54 años en la ranchería de Tía Juana, esto en el año de 1809. Puede que sólo sea una leyenda, pero hasta el momento no hay registros que prueben lo contrario.

Existe en cambio, otro mito urbano que prueba todo lo contrario respecto al origen de la palabra Tepito; otro de los hoyos negros donde pasa todo, y que nos ha creado fama mundial. Se dice que en ese sitio un policía decía “Te pito cuando vea otra vez al ratero ese”. Mas su origen viene del náhuatl con las variaciones Tepitón, Tepiyotl, Tepitoyotl, Tecualtepitón. Así que la palabra que lleva uno de los barrios más antiguos de la ciudad de México se ha conservado más fidedignamente de sus raíces, cuyo significado es “el ombligo del mundo”. Como se dará cuenta todo cambia, nada es estático y se acomoda ajeno a nosotros. Bienvenidas las transformaciones de nuestra lengua, ello siempre enriquecerá nuestro vocabulario.

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